Pérez Siquier, Premio Nacional 2003, reivindica la veracidad de la imagen y el papel del fotógrafo como hombre de su tiempo
Medio siglo de imágenes a través de la mirada de Carlos Pérez Siquier (Almería, 1930), uno de los pioneros de la vanguardia fotográfica española desde los años cincuenta, pero escasamente conocido hasta la concesión del Premio Nacional de Fotografía 2003. Su lenguaje siempre ha carecido de complejos y ha navegado contracorriente, razón por la que quizás haya tardado en llegarle el reconocimiento. Y eso que su obra maestra, la colección La Chanca, se remonta a 1957-63. Ahora expone en Logroño como un grande.
– Sus retratos de La Chanca son irrepetibles. De hecho, después casi abandona el género. ¿Por qué?
El fotógrafo es un hombre de su tiempo y ha de estar atento a las transformaciones sociales. La sociedad ha cambiado mucho desde que hice La Chanca. Aquellos primeros retratos eran de gentes muy humildes que todavía no estaban contaminadas por los medios de presión. Delante de la cámara se consideraban elegidos y se ofrecían honestamente. Esto hoy no puede ocurrir porque la sociedad ha cambiado, sobre todo por la influencia mediática.
– ¿Qué parte de culpa tiene la imagen en esa transformación aparentemente negativa?
La imagen se ha democratizado, pero también se ha desvirtuado. Hay un bombardeo tal de imágenes que la gente ahora huye de las cámaras y ser fotografiado es como sufrir una agresión si no cobras por ello.
– ¿Cree que se ha pervertido la imagen?
La imagen se ha universalizado y eso tiene también una contrapartida negativa. Yo veo mucha fotografía y se nota que abunda la fotografía hecha en países no desarrollados o en guerra; son fotógrafos que se aprovechan del sufrimiento ajeno y ni siquiera demuestran trazas de creatividad, sino que se limitan a disparar su cámara con motor delante de una escena tremenda, trágica, que conmueva a nuestros ojos.
– No tiene muy buena opinión de los paparazzi y fotógrafos de guerra, ¿verdad?
Los paparazzi no tienen gran calidad como fotógrafos, aunque conocen el oficio. Son cazadores a larga distancia con mucha paciencia para coger a ese animal mediático que buscan. Para mí son la escoria de la fotografía porque hacen el oficio peor y se valen de estar robando imágenes que son íntimas. Y los fotógrafos de guerra de hoy son un absurdo, no son verdaderos testigos de una guerra como en los tiempos de Robert Kappa, en primera línea de fuego, expuestos a morir. Ahora las guerras son tan sofisticadas que no puedes ir a primera línea a no ser que te lleven como los marines a mostrarte lo que ellos quieren que fotografíes. Eso muchas veces es una farsa, y la fotografía, que anteriormente era un testimonio, se ha convertido en un arma para engañar, ha perdido la veracidad que tenía.
– A usted le interesa el momento que surge sin buscarlo. ¿Nunca le ha interesado preparar una fotografía?
Ahí está Chema Madoz, un fuera de serie, un creador, que hace un trabajo extraordinario dando una segunda intención a un objeto. Primero fabrica la imagen y luego la fotografía. Es una fotografía reflexiva. Yo soy un fotógrafo intuitivo. Yo no busco, encuentro, como decía Picasso. De pronto, por la calle, encuentro algo que reúne las condiciones estéticas de una imagen potente, no banal.
– ¿Cree, como Cartier Bresson, en el instante preciso?
En mi primera época yo tenía cierta influencia suya y también del neorrealismo italiano. Yo me salí un poco del neorrealismo hacia una fotografía más humanista y comunicativa, como la de La Chanca. Pero no me detuve en eso porque un fotógrafo tiene que evolucionar con su tiempo en coherencia con su trabajo.Y sí, creo en el instante preciso, cuando coinciden formas, luz, ritmo, composición un entramado que dura una milésima de segundo, un momento mágico que hay que captar con rapidez. El gran fotógrafo tiene que saber anticiparse.
– La Chanca supone un aldabonazo en la fotografía española.
Yo hice aquello porque en España se estaba haciendo una fotografía pictorialista, amanerada, de concurso, falsamente artística paisajes con mucho cielo, marinas con proas de barco, trajes regionales, castillos Nada que ver con la realidad de posguerra, aquel ‘tiempo de silencio’ que describió Martín Santos. Yo creía que en aquel barrio marginal de Almería había más realidad y me sentía identificado con aquello. Era una España gris que había que retratar en blanco y negro. Pero fueron fotos que se publicaron muy poco, que estuvieron guardadas mucho tiempo y yo nunca creí que fueran a terminar adquiriendo la trascendencia que han tenido.
– El reconocimiento le ha llegado cuarenta años después. ¿Cómo se convive con el olvido y el agasajo?
Yo he estado en el dique seco teniendo que hacer fotos de encargo para vivir. Hay que tener mucha confianza en uno mismo para no perecer en el intento. Pero yo nunca tuve pretensiones de llegar a esto. Las cosas, simplemente han llegado. Quizás por eso y porque el éxito me ha llegado a cierta edad no se me ha subido a la cabeza.
– ¿Cómo define su lenguaje?
Doy al espectador una visión directa de lo que quiero. Es una mirada que no engaña. Yo guío los ojos al que ve.