el sector sufre el descenso de revelados y el escaso beneficio de las cámaras digitales
El nuevo formato exige una inversión continua en material que muchos locales apenas pueden asumir
El responsable de una tienda de fotografía de Vitoria atiende a una clienta.Foto: marcos ruiz
vitoria. Cuando Juanma adquirió la primera cámara digital profesional para su tienda, nadie entendía de megapíxeles. Era 2001, el comienzo de una época que cambiaría el modo de trabajo de quienes habían hecho de las máquinas de siempre, las de carrete, su forma de vida. Seis años después, aquella Olympus que tantas instantáneas de estudio capturó descansa, obsoleta, en alguna caja. Su dueño invierte más horas en su labor y más dinero que nunca en material para sacar rendimiento a su negocio. Si no lo hiciera, ya habría tenido que bajar la persiana, como les ha sucedido en este lustro a seis conocidos establecimientos de la capital alavesa -una cuarta parte de los existentes-, incapaces de adaptarse al brusco boom de la digitalización de las imágenes. El sector, aunque no lo parezca, está en crisis.
Vivir exclusivamente del comercio de cámaras digitales es ya imposible, porque «los márgenes de beneficios son mínimos». De hecho, por la venta de una máquina de 300 euros, la tienda no se lleva más de diez. «Y lo habitual es despachar, con suerte, una media de seis al mes», explica Juanma, dueño de Fotograma y representante de la asociación alavesa de fotógrafos profesionales. Pero éste no es el único problema que ha hecho tambalear las cajas registradoras del sector; también, el despiadado descenso del número de revelados. «Antes uno iba de viaje y usaba cuatro rollos de 36 fotos. Ahora hace mil y las deja todas en el ordenador o, como mucho, pasa diez a papel», se lamenta este experto.
Lógico, tal cantidad de instantáneas suprime las ganas de realizar una selección. Y los recuerdos quedan olvidados en un archivo. No obstante, desde comienzos de año, los profesionales del sector han comenzado a notar un repunte en el revelado de las fotografías. Lo han constatado, por ejemplo, los hermanos Quintas. «La gente se ha dado cuenta de que la historia de su vida no se debe almacenar en un disco duro y está volviendo a la tienda. Ha regresado el concepto de la foto como objeto de valor, aunque sea a través de libros digitales en vez de álbumes tradicionales», sostiene Víctor. Juanma lo corrobora, aunque rememora con nostalgia la magia analógica, aquello «de la ilusión de la espera, de entregar un rollo y recibir unas fotos, los nervios de cómo se verán».
Eso se acabó, del mismo modo que mantener el negocio con la venta de cámaras y complementos y con el revelado. Prácticamente todas las tiendas de la provincia siguen en pie gracias a la otra cara del ámbito fotográfico: el trabajo profesional. Ellos lo llaman la BBC (bodas, bautizos y comuniones), aunque por culpa de la digitalización éste tampoco es un camino de rosas. En primer lugar, porque la fotografía digital exige muchas más horas de dedicación. «El trabajo es muy artesanal y la idea que se ha extendido de que con el Photoshop todo se arregla es un bulo», matiza Juanma. En segundo lugar, porque este nuevo formato obliga a renovar continuamente el material, ya que «los ordenadores y las cámaras se quedan anticuadas en dos años», según explica Quintas. Y en tercer lugar, porque exige cursos de reciclaje, no siempre baratos.
adaptación En palabras del dueño de Fotograma, «los profesionales que se han quedado en el camino han sido aquéllos que no querían o no podían aceptar este duro proceso de adaptación». Tanto esfuerzo acarrea una flaca recompensa: obtener los mismos beneficios que en la era analógica, cuando las tiendas llevaban un ritmo casi de funcionario. Ahora, sin embargo, deben trabajar hasta catorce horas diarias, sobre todo en Navidad y verano. Visto el panorama, está claro que dedicarse a la fotografía requiere, por encima de todo, de vocación. Los fotógrafos alaveses creen que, al final, conseguirán salir a flote. Ganas, no les faltan.
(Fuente Noticias de Alava )